En el puerto industrial de Granadilla, en el sur de Tenerife, la imponente silueta de un barco atrae la atención de cualquiera que pase cerca. Se llama Cable Enterprise y es el protagonista de una de las obras de infraestructura más ambiciosas de la historia reciente de las Islas Canarias: la nueva conexión eléctrica submarina que unirá Tenerife y La Gomera. No se trata solo de un proyecto técnico, sino de un símbolo del futuro energético del archipiélago, de un vínculo que aportará estabilidad, desarrollo y confianza a comunidades que a menudo habían quedado en los márgenes.
El cable que el barco ha comenzado a instalar es un tripolar en corriente alterna de 36 kilómetros de longitud, capaz de descender hasta 1.145 metros bajo el nivel del mar. Se trata del cable tripolar en alterna más profundo del mundo, un récord que confirma la capacidad española y europea de liderar la transición energética con soluciones de ingeniería extremas. Dos circuitos de 66 kV y 50 MVA cada uno garantizarán la estabilidad de la red, permitiendo que La Gomera deje de depender exclusivamente de su producción local, históricamente basada en generadores de combustibles fósiles.
El Cable Enterprise, con más de 120 metros de eslora y equipado con sistemas de posicionamiento dinámico, puede operar incluso en condiciones meteorológicas adversas. Es capaz de transportar hasta 180 toneladas de cable y depositarlo en el mar con precisión milimétrica, excavando zanjas submarinas para protegerlo del contacto directo con los fondos marinos. Una tecnología que, hasta hace pocos años, habría sido impensable en un contexto geográfico como el canario.
La importancia de esta obra va mucho más allá de los datos técnicos. La Gomera siempre ha sido un territorio periférico, obligado a convivir con dificultades de infraestructura que han frenado su crecimiento. La falta de un enlace estable con Tenerife ha significado durante décadas tarifas energéticas más altas, riesgo de interrupciones y una crónica dependencia del diésel. En un mundo que corre hacia la descarbonización, permanecer aislada era una carga que condenaba a la isla a un futuro incierto.
El nuevo cable representa, por tanto, una revolución social. Por primera vez, familias y empresas de La Gomera podrán contar con un suministro eléctrico estable y seguro, comparable al de las demás islas mayores. Significa escuelas y hospitales sin temor a apagones, pequeñas empresas artesanales y agrícolas capaces de modernizarse, servicios digitales más fiables. En otras palabras, significa reducir las desigualdades territoriales y garantizar igualdad de oportunidades a los ciudadanos gomeros.
Está también el impacto en el frente ambiental. Conectar La Gomera con Tenerife significa crear las condiciones para integrar cada vez más fuentes renovables: solar, eólica e incluso proyectos de hidrógeno verde. La interconexión permitirá equilibrar los picos de producción y consumo entre ambas islas, reduciendo drásticamente el uso de los viejos generadores de combustibles fósiles. No en vano, los responsables del Gobierno de Canarias hablan de “un hito mundial”, un paso crucial hacia el Green Deal europeo aplicado a escala local.
El valor histórico de esta obra es evidente también en el plano simbólico. Durante siglos, La Gomera fue recordada por su silbo, la lengua silbada que permitía a sus habitantes comunicarse entre valles aislados. Hoy, un nuevo lenguaje, el de la energía, la une a Tenerife. Donde antes la conexión se confiaba a los silbidos que atravesaban los barrancos, ahora pasa por fibras de cobre y aislamiento polimérico que recorren el fondo oceánico. Es un puente invisible pero poderoso, capaz de redefinir la identidad misma de una isla.
El proyecto tiene también una dimensión económica. La estabilidad de la red favorecerá inversiones turísticas y tecnológicas, alentando nuevos asentamientos de nómadas digitales y empresas innovadoras que buscan lugares seguros y sostenibles donde establecerse. La Gomera, gracias al cable, dejará de ser percibida como una “isla frágil”, para convertirse en un territorio listo para acoger iniciativas de valor añadido. El propio sector agrícola podrá beneficiarse: invernaderos alimentados con energía limpia, sistemas de riego más eficientes, transformación alimentaria respaldada por energía renovable.
La llegada del Cable Enterprise no es, por tanto, solo una etapa técnica: es el inicio de una nueva era. Las imágenes del barco atracado en Granadilla, con sus kilómetros de cable enrollados en las bodegas, ya han entrado en el imaginario colectivo como símbolo de progreso. Y cuando, a finales de 2025, la conexión entre en servicio, el momento será recordado como un hito en la historia de Canarias: la prueba de que incluso las islas más pequeñas pueden mirar al futuro con confianza.
Cuando la luz empiece a fluir bajo las aguas que separan Tenerife de La Gomera, no será solo electricidad. Será la señal de que Canarias sabe innovar sin olvidar su identidad, de que el futuro también puede escribirse en un cable oculto bajo el océano, y de que un proyecto de ingeniería puede convertirse en relato colectivo, memoria compartida y esperanza concreta para las generaciones venideras.