La isla de Tenerife, la más grande de las Canarias, es un territorio de extraordinaria complejidad geológica y climática. Su naturaleza volcánica, unida a las fuertes diferencias altimétricas, ha hecho de la gestión del agua un desafío secular para las poblaciones que la han habitado. En un ambiente donde las lluvias son escasas e irregulares y los ríos prácticamente inexistentes, el hombre ha tenido que desarrollar soluciones ingeniosas para asegurarse un recurso vital. Entre estas, las galerías hídricas, conocidas localmente como galerías, representan uno de los más extraordinarios ejemplos de ingeniería hidráulica tradicional del mundo.
Los orígenes de la búsqueda del agua
Ya en época aborigen, los guanches, los antiguos habitantes de Tenerife, aprovechaban los manantiales naturales y las cuencas pluviales para su supervivencia. Sin embargo, fue con la llegada de los colonos castellanos en el siglo XV cuando se inició una verdadera organización del recurso hídrico. El agua era fundamental no solo para la población, sino sobre todo para la agricultura, que constituía la base de la economía local.
Los primeros cultivos intensivos de caña de azúcar, seguidos por los de vid, plátano y tomate, requerían un sistema de riego confiable. Los manantiales naturales, a menudo situados en zonas montañosas y de difícil acceso, se revelaron insuficientes. Fue así como nació la idea de excavar la montaña para interceptar el agua atrapada en los acuíferos subterráneos de origen volcánico.
El nacimiento de las galerías
A partir del siglo XIX, los habitantes de Tenerife comenzaron a construir largas galerías artificiales en la roca, conocidas como galerías de agua. Se trata de túneles horizontales excavados a mano, a menudo de varios kilómetros de longitud, que penetran en el corazón de las montañas para alcanzar las zonas donde las rocas porosas volcánicas retienen el agua de lluvia.
Cada galería, en esencia, es un “pozo horizontal”: un conducto inclinado que permite al agua fluir naturalmente hacia el exterior gracias a la gravedad. A lo largo del recorrido, se insertaban pozos verticales para airear el interior y para permitir la extracción del material excavado.
Durante el siglo XX, estas estructuras se multiplicaron: hoy se cuentan más de 1.000 en toda la isla, para una longitud total de más de 2.000 kilómetros. Algunas están todavía en funcionamiento, mientras que otras han sido abandonadas o reconvertidas.
Técnicas de construcción y riesgos
La realización de las galerías era un trabajo extremadamente peligroso y fatigoso. Se excavaban con herramientas rudimentarias como picos, martillos y dinamita, por equipos de mineros expertos. Las condiciones eran difíciles: ambientes estrechos, oscuros y húmedos, con escasa ventilación y riesgo de derrumbes o explosiones accidentales.
A pesar de ello, la actividad era económicamente rentable. Las sociedades propietarias de las galerías, a menudo constituidas por grupos de agricultores o inversores, vendían el agua a precio de oro. Cada galería estaba registrada y el agua que de ella salía se distribuía a través de una red de canales y conductos, con cuotas y turnos bien definidos.
La importancia económica y social
Gracias a este sistema, Tenerife pudo desarrollar una agricultura floreciente incluso en zonas áridas. Las plantaciones de plátanos y tomates, en particular, se convirtieron en el motor de la economía insular en el siglo XX, garantizando exportaciones y puestos de trabajo.
Las galerías contribuyeron también al nacimiento de un verdadero mercado del agua, con derechos de explotación y títulos de propiedad. El agua se convirtió en un bien de valor comparable a la tierra misma, y la gestión de los recursos hídricos marcó profundamente la estructura social de la isla.
Muchos pueblos nacieron y prosperaron precisamente alrededor de estas galerías, que proporcionaban agua potable y de riego, transformando un territorio montañoso y árido en un mosaico de campos verdes.
Crisis y modernización del sistema
Desde los años 70 del siglo XX, el aumento de la demanda hídrica, impulsado por el crecimiento turístico y urbano, ha puesto a dura prueba el sistema tradicional. Las galerías, en otro tiempo fuente primaria de agua, han comenzado a secarse o a proporcionar cantidades insuficientes. Además, su mantenimiento se ha vuelto cada vez más oneroso y arriesgado.
Para afrontar este desafío, Tenerife ha iniciado un proceso de modernización de la gestión hídrica. Se han introducido sistemas de bombeo mecánico, presas y embalses, y sobre todo plantas de desalinización, que hoy contribuyen de manera significativa al abastecimiento hídrico potable de la isla. A pesar de ello, las galerías mantienen un papel fundamental en la red hídrica, integrándose con las tecnologías modernas.
Herencia cultural y ambiental
Hoy, las galerías hídricas de Tenerife representan un patrimonio histórico y técnico de enorme valor. Muchas de ellas, ya no operativas, son objeto de estudios geológicos y espeleológicos, y algunas han sido transformadas en recorridos de visita o en sitios de interés educativo.
Su presencia testimonia la capacidad del hombre de adaptarse a un ambiente difícil, utilizando ingenio, conocimiento del territorio y espíritu cooperativo. Al mismo tiempo, constituyen una advertencia sobre la importancia de la gestión sostenible del agua en una isla donde el cambio climático y la presión turística hacen el recurso cada vez más precioso.
La historia de las galerías de Tenerife no es solo una cuestión técnica, sino también humana y social. Es la historia de un pueblo que, en un territorio árido y volcánico, ha sabido transformar las montañas en venas de agua, creando un sistema único en el mundo. Hoy, mientras la isla mira al futuro a través de la desalinización y la reutilización de las aguas, la memoria de estas galerías excavadas en la roca permanece viva: símbolo del ingenio, de la resiliencia y del profundo vínculo entre el hombre y la naturaleza.