Los charcos son esculturas naturales modeladas por el encuentro entre océano y roca volcánica. Siglos de erosión forman cavidades que se llenan con la marea alta, creando piscinas protegidas donde el agua permanece cristalina y sorprendentemente tranquila. Por eso ofrecen una forma diferente de vivir el mar, más íntima y ligada a los ritmos de la naturaleza.
En Canarias, especialmente en Lanzarote y Tenerife, estas pozas naturales albergan pequeños ecosistemas de peces y anémonas, posibles gracias a la protección de las rocas. El creciente interés turístico es positivo, pero exige atención: los charcos son ambientes delicados. Es necesario evitar comportamientos dañinos, como dejar residuos o usar cremas no biodegradables.
Visitarlos significa abrazar un turismo lento y sostenible. El contraste entre piedra negra, agua transparente y el respiro del océano regala una experiencia regeneradora, que permite redescubrir la sencillez y la fuerza de la naturaleza.