La Graciosa e Isla de Lobos: cómo Canarias está salvando las islas menores del turismo de masas

Scritto il 26/12/2025
da Caterina Chiarelli

En Canarias existe una paradoja geográfica. Mientras Tenerife sur y Playa del Inglés en Gran Canaria son ciudades-resort con millones de turistas al año, a pocos kilómetros de distancia hay islas donde debes reservar semanas antes para poder poner pie, donde el número de visitantes diarios está rígidamente controlado, y donde la idea de construir un hotel provoca revueltas populares. Isla de Lobos y La Graciosa son los experimentos más avanzados de Canarias para responder a la pregunta que obsesiona a cada destino turístico del Mediterráneo: ¿se puede tener turismo sin destrucción?

Isla de Lobos: cuando doscientos cuarenta es el número mágico

Isla de Lobos es un peñasco volcánico de cuatro kilómetros cuadrados al norte de Fuerteventura, tan cerca que llegas en quince minutos de ferry desde Corralejo. Cero habitantes permanentes, cero estructuras receptivas, un solo restaurante, senderos de tierra y playas donde el agua es tan transparente que ves los peces a diez metros de profundidad. Hace veinte mil años estaba conectada a Fuerteventura, luego el mar invadió el estrecho creando esta perla aislada que hasta 2019 era accesible libremente.

Luego sucedió lo que sucede siempre: demasiada gente. Los fines de semana de verano desembarcaban dos mil personas al día en una isla sin infraestructuras. Los senderos se transformaban en autopistas de excursionistas, la playa de La Concha parecía Rímini en agosto, los residuos se acumulaban porque no existía un sistema de eliminación adecuado. Las focas monje que daban nombre a la isla, lobos en español, habían desaparecido desde hacía décadas, pero ahora incluso las lagartijas endémicas arriesgaban la extinción por el pisoteo continuo.

En 2019 el Cabildo de Fuerteventura tomó una decisión radical: acceso solo con reserva, máximo doscientos cuarenta visitantes al día divididos en franjas horarias. El sistema funciona a través de un portal online donde reservas gratuitamente eligiendo fecha y horario de llegada. Las reservas se abren tres meses antes y desaparecen en pocas horas para los fines de semana y en pocos días para los días laborables. Si no has reservado, el ferry no te embarca. Fin de la discusión.

Los resultados fueron inmediatos y medibles. Los estudios de monitoreo ambiental muestran una recuperación del 60% de la vegetación dunar en los primeros dos años, una caída del 90% de los residuos abandonados y un retorno de especies de aves marinas que nidifican en los acantilados y que habían desaparecido por la perturbación antrópica. Los senderos se estabilizaron, la erosión costera se ralentizó,y paradójicamente la experiencia para los visitantes mejoró. En lugar de encontrarte en medio de una multitud sudorosa, caminas en relativa soledad escuchando solo el viento y las olas.

La Graciosa: setecientos cincuenta habitantes contra el mundo

La Graciosa es más compleja porque no está deshabitada. Setecientas cincuenta personas viven permanentemente en esta isla de veintinueve kilómetros cuadrados al norte de Lanzarote, la octava isla de Canarias oficialmente reconocida solo desde 2018. Dos pueblos, Caleta de Sebo y Pedro Barba, caminos de tierra, cero semáforos, cero cadenas de hoteles. La electricidad llega vía cable submarino desde Lanzarote, el agua es desalinizada, y hasta los años noventa la isla vivía principalmente de la pesca.

Luego llegó el turismo. No el de masas de los resorts, sino el de los day-trippers: turistas que llegan por la mañana desde Lanzarote, pasan seis horas en la isla,  parten por la tarde. En los picos de verano desembarcaban tres mil personas al día en una isla con setecientos cincuenta habitantes. La relación cuatro a uno entre turistas y residentes parecía manejable en papel, pero en la práctica significaba que cada mañana a las diez Caleta de Sebo se transformaba de pueblo de pescadores en parque de diversiones, para luego vaciarse completamente a las diecisiete.

La solución de La Graciosa fue diferente de la de Lobos porque aquí vive gente y la comunidad local debía ser involucrada en las decisiones. En 2021 se introdujo un sistema de permisos no para limitar el número absoluto de visitantes, sino para distribuirlos mejor durante el día y desalentar el turismo exprés. Quien quiere visitar La Graciosa debe registrarse online declarando fecha, horario de llegada y duración prevista de la visita. No hay un límite numérico rígido como en Lobos, pero el sistema genera una alerta cuando las reservas superan el umbral de dos mil al día, momento en que el Cabildo puede decidir bloquear nuevas autorizaciones.

Paralelamente se prohibió la construcción de nuevas estructuras receptivas y se limitó el número de casas de vacaciones que pueden ser alquiladas a los turistas. Quien quiere dormir en La Graciosa encuentra solo pequeños apartamentos gestionados por familias locales, nada de Airbnb masivo, nada de especulación inmobiliaria. El resultado es un turismo más lento, más respetuoso y sobre todo más rentable para los residentes. Mejor quinientos turistas que duermen en la isla y cenan en los restaurantes locales que tres mil que llegan con el bocadillo en la mochila.

El precio de la exclusividad: ¿quién queda excluido?

Pero ¿estos sistemas funcionan realmente o crean solo nuevas formas de exclusión? Las críticas no faltan. Los límites de acceso transforman Lobos y La Graciosa en lugares para quien puede permitirse planificar con meses de anticipación, excluyendo espontaneidad y visitantes de último minuto. Las familias canarias que deciden el domingo por la mañana hacer una excursión se encuentran las reservas agotadas, mientras los turistas extranjeros que planifican las vacaciones seis meses antes logran acaparar los lugares.

También está el problema de la burocracia. El sistema de reserva online excluye de facto a ancianos y personas sin acceso a internet o tarjetas de crédito. Y luego está el mercado negro: en foros y grupos de Facebook aparecen anuncios de personas que revenden reservas a Lobos por cincuenta o cien euros, transformando un sistema nacido para proteger el ambiente en un nuevo negocio especulativo.

Los habitantes de La Graciosa están divididos. Los pescadores más ancianos añoran los tiempos en que la isla era ignorada y podías caminar durante horas sin encontrar a nadie. Los jóvenes que gestionan restaurantes y casas de vacaciones ven en el turismo controlado la única posibilidad de futuro económico sin vender el alma al diablo de los resorts. El debate es acalorado, sobre todo cuando a fin de mes las cuentas no cuadran y la tentación de aflojar los vínculos se vuelve fuerte.

¿Un modelo exportable o un privilegio geográfico?

La pregunta verdadera es: ¿este modelo puede funcionar en otro lugar? Venecia probó con el boleto de entrada diario, resultado práctico casi nulo. Cinque Terre en Liguria limitaron el acceso al Sentiero Azzurro, pero el resto del territorio sigue invadido. Santorini en Grecia impuso límites a los cruceros, que simplemente desplazaron las rutas a otras islas griegas transfiriendo el problema.

La ventaja de Lobos y La Graciosa es que son islas pequeñas con un solo punto de acceso controlable: el puerto. No puedes llegar en coche, no puedes aterrizar con un avión privado, debes tomar el ferry y el ferry verifica el permiso. Este control físico es imposible en Venecia donde puedes llegar en tren, coche, avión, y desde mil accesos diferentes. Es difícil en Barcelona donde limitar las Ramblas significa solo desplazar a los turistas a otros barrios.

Pero algo se puede aprender. El principio base es simple: la capacidad de carga de un territorio no es infinita, y superarla destruye tanto el ambiente como la experiencia turística. El turismo controlado no es antiturismo, es turismo inteligente que preserva el recurso en lugar de consumirlo hasta el agotamiento. El problema es que requiere coraje político, visión a largo plazo y la capacidad de decir no a dinero fácil inmediato a cambio de sostenibilidad futura.

Canarias, archipiélago que vive de turismo desde hace cincuenta años y que ha visto qué sucede cuando no pones límites, está intentando invertir el rumbo al menos en las islas más frágiles. Lobos y La Graciosa son laboratorios donde se experimenta un futuro diferente. Si funciona, tal vez otros seguirán. Si falla, se convertirán en el enésimo ejemplo de buenas intenciones arrolladas por la lógica del beneficio a corto plazo. Por ahora, al menos, todavía puedes caminar en una playa de Canarias escuchando solo el viento.

 

 

Fuentes: Cabildo de Fuerteventura - Sistema de reservas Isla de Lobos, Cabildo de Lanzarote - Plan de Gestión La Graciosa, Universidad de Las Palmas - Estudio capacidad de carga turística islas menores, Ministerio para la Transición Ecológica - Espacios Naturales Protegidos Canarias