Las bananas de las Islas Canarias —el Plátano de Canarias— representan desde hace más de un siglo uno de los elementos económicos e identitarios más fuertes del archipiélago. El cultivo a gran escala comenzó a finales del siglo XIX, cuando los puertos francos de 1852 facilitaron la exportación de fruta tropical. Antes, el plátano se cultivaba sobre todo a nivel doméstico, pero la llegada de compañías británicas en la década de 1880 transformó la planta en un recurso comercial. En 1878, el comerciante Peter S. Reid envió a Inglaterra el primer cargamento oficial y, en los años siguientes, empresarios como Alfred L. Jones y empresas como Fyffes Ltd. desarrollaron un sistema estable de producción y transporte, conectando de forma regular Canarias con los puertos británicos. También Henry Wolfson contribuyó a la expansión de las plantaciones, que en pocos años sustituyeron productos tradicionales como la cochinilla, sentando las bases de un sector que marcaría la historia agrícola del archipiélago.
A lo largo del siglo XX, el cultivo se consolidó en casi todas las islas y el plátano se convirtió en la principal producción agrícola canaria. Hoy, las plantaciones cubren alrededor de 9.000 hectáreas y generan entre 350.000 y 400.000 toneladas de fruta al año, concentradas sobre todo en Tenerife, La Palma y Gran Canaria. El sector garantiza más de 35.000 puestos de trabajo a lo largo de toda la cadena y sigue siendo un pilar de la economía rural. En el mercado español, el producto mantiene una posición dominante: en 2024 representó más de la mitad del valor total de las bananas vendidas en el país, gracias a su calidad reconocida y a la IGP que protege sus características y trazabilidad.
Desde la década de 1990, sin embargo, el sector se enfrenta a una competencia creciente debido a la liberalización del mercado europeo, que ha reducido la protección frente a las bananas extraeuropeas de bajo coste. Los productores canarios operan con costes más elevados –agua, mano de obra, normas fitosanitarias– y denuncian condiciones de competencia poco equilibradas. Por ello, las ayudas POSEI de la UE resultan fundamentales para mantener la sostenibilidad económica del sector, mientras sigue la reivindicación de imponer a las importaciones los mismos estándares ambientales y sociales que se exigen en Europa.
La vulnerabilidad del sector se hizo evidente en 2023, cuando una producción récord de 440 millones de kilos –debida a temperaturas excepcionalmente altas– provocó un desplome de los precios, a menudo por debajo de los costes de producción. En 2024 se produjo un reequilibrio gracias a una cosecha más contenida y a un aumento de las exportaciones a otros países, elevando la facturación a unos 400 millones de euros. El consumo se mantiene sólido y el producto canario sigue convenciendo a los consumidores, pero la rentabilidad sigue sometida a oscilaciones ligadas también a factores climáticos y geopolíticos.
Para reaccionar, el sector está invirtiendo en innovación, marketing y sostenibilidad: programas en colegios, colaboraciones con cadenas de supermercados, reducción de pesticidas, uso de envases ecológicos y búsqueda de nuevos nichos de mercado. El plátano sigue desempeñando además un papel fundamental en las comunidades rurales, donde a menudo representa el único cultivo realmente rentable.
En síntesis, el Plátano de Canarias combina historia, cultura y trabajo. Hoy se enfrenta a complejos desafíos globales, pero conserva un valor único gracias a su calidad, al compromiso de los productores y al fuerte vínculo con el territorio. Su futuro dependerá de la capacidad de innovar y de defender un producto que no es solo una fruta, sino una parte viva de la identidad canaria.

