En los siglos XVI y XVII las Islas Canarias eran un cruce fundamental para el comercio europeo. Entre los productos más preciosos destacaba la Malvasía, un vino dulce y aromático exportado a toda Europa y particularmente amado en Inglaterra, donde llegaba desde las islas principales de producción: Tenerife, Lanzarote y La Palma. Precisamente este vino se convierte, sorprendentemente, en una presencia recurrente en las obras de William Shakespeare.
El dramaturgo nunca menciona explícitamente "La Palma", pero en sus comedias y tragedias recurre con frecuencia al término "Canary wine", así como "malmsey" y "sack", nombres con los que los ingleses de la época designaban los vinos de Malvasía procedentes de Canarias. En Enrique IV y en Las alegres comadres de Windsor, Shakespeare ironiza sobre la pasión de los personajes por este vino "de las Canarias", definido "marvellously searching", capaz casi de excavar en el alma. La imagen más célebre queda, sin embargo, en Ricardo III, donde el duque de Clarence corre el riesgo de ser ahogado en una gran barrica de Malvasía: una escena que testimonia cuánto este vino era, para el público isabelino, un símbolo conocido, refinado e inmediatamente evocador.
Si no aparece el nombre "La Palma", aparece, sin embargo, su esencia: la isla era una de las productoras más apreciadas de la Malvasía dulce de tipo "malmsey", la misma que abastecía a Inglaterra y alimentaba un comercio floreciente. Las palabras de Shakespeare, por tanto, reflejan un mundo en el que un archipiélago remoto conseguía entrar en el corazón del imaginario cultural europeo gracias a sus aromas y sus vinos.
Pero la relación entre Canarias y la literatura no se agota en el Renacimiento. En los siglos sucesivos, el archipiélago se convierte en refugio, cura, origen y escenario de creación para muchos escritores.
Agatha Christie, afectada por la crisis personal de los años veinte, eligió Tenerife y Gran Canaria para recuperar la serenidad: en los meses pasados en Puerto de la Cruz y en Las Palmas escribió cuentos y novelas, dejando una huella que hoy vive en festivales y rutas literarias. Para José Saramago, premio Nobel portugués, Lanzarote no fue solo un lugar de huida tras las polémicas políticas, sino una verdadera patria espiritual: en los Cuadernos de Lanzarote el autor cuenta su exilio voluntario y el vínculo profundo con el paisaje volcánico de la isla.
También la escritora taiwanesa Sanmao vivió largo tiempo entre Canarias después de los años en el Sáhara: en sus obras el archipiélago se convierte en un espacio emocional, cultural y geográfico donde conviven nostalgia, aventura y poesía.
Y no se pueden olvidar los escritores nativos, como Benito Pérez Galdós, que desde Las Palmas llevó a la narrativa española una mirada capaz de unir la identidad insular a la gran historia nacional, o autores contemporáneos como Juan Cruz Ruiz, que han transformado las islas en un paisaje literario vivo e internacional.
Desde Shakespeare a los narradores del siglo XX, la historia parece repetirse: Canarias no son solamente un lugar geográfico, sino un puente cultural, un territorio que inspira y acoge. El perfume de la Malvasía, que antaño atravesaba el Atlántico para acabar en las tabernas londinenses, hoy se entrelaza con las historias de escritores en busca de luz, de paz, de un horizonte nuevo.
Un archipiélago que continúa ofreciendo lo que la literatura más desea: un confín que superar, un refugio que habitar, una promesa de transformación.

