Bajo las estrellas de La Palma: cuando agosto se llena de deseos

Scritto il 01/08/2025
da Barbara Stolecka

Hay viajes que se hacen con los pies... yotros que se hacen con el alma. El que lleva hasta La Palma en agosto es una mezcla de ambos. Porque esta isla no solo se recorre: se siente.
Y nunca tanto como en las noches de San Lorenzo, cuando el cielo se convierte en un escenario natural para la lluvia de estrellas más mágica del año: las Perseidas.

Lo que pasa aquí, en La Palma, es único. Esta isla es diferente: verde, volcánica, silenciosa, profundamente oscura cuando cae la noche. Está protegida como Reserva Starlight, lo que significa que su cielo nocturno es tan valioso como un bosque o una catedral.
Y por eso, cuando llega agosto, la gente comienza a mirar hacia arriba.

La subida al Roque de los Muchachos es parte del rito. Desde el nivel del mar se atraviesan bosques milenarios, laderas volcánicas y nubes bajas. Hasta llegar allí arriba, a más de 2.400 metros de altura, donde el mundo parece suspendido. Donde el cielo no está arriba: te rodea.
He acompañado a muchos grupos en estas noches. Al principio todos llegan con curiosidad... pero cuando cae la oscuridad y aparecen las primeras estrellas fugaces, ocurre algo. Nadie lo dice, pero todos lo sienten. La gente se tumba sobre colchonetas, se abriga, comparte termos de infusión y a veces una copa de vino malvasía. Las guías sacan los punteros láser y señalan constelaciones: Altair, Deneb, la Vía Láctea, Saturno cuando está visible. Y las Perseidas cruzan el cielo como pinceladas de luz.

Es imposible no hacer un deseo. Algunos lo susurran, otros lo guardan dentro. Pero todos miran hacia arriba con la misma cara: esa mezcla de asombro y gratitud. Y entre estrella y estrella, hay tiempo para saborear un dulce típico — como el bienmesabe palmero, hecho con almendra, miel y limón — o escuchar historias sobre los antiguos benahoaritas, que creían que ciertas estrellas anunciaban cosechas o cambios de estación.

Lo mejor es que no hay espectáculo artificial. No hay ruido. Solo viento, luz y personas. Cuando bajamos de nuevo hacia la costa, ya de madrugada, siempre reina el silencio. No porque falten palabras... sino perché nadie quiere romper la magia. Porque ver las Perseidas desde La Palma no es mirar estrellas. Es sentirse parte del universo por unos minutos.