Desde la arena dorada de Fuerteventura hasta los silencios de La Graciosa: un viaje poético por las playas más escondidas del archipiélago
Hay un momento, en Canarias, en que el viento deja de soplar y el océano parece contener la respiración. Es entonces cuando las islas revelan su rostro más auténtico: el de las playas secretas, ocultas entre acantilados, senderos y montañas, lejos del turismo ruidoso. Lugares donde el tiempo se detiene y el silencio se convierte en compañero de viaje.
Tenerife – El camino hacia Antequera
El viaje comienza en Tenerife, entre las montañas verdes de Anaga, donde la niebla matutina se entrelaza con los aromas de la tierra. El sendero que conduce a Playa de Antequera es un descenso lento hacia la tranquilidad: tres horas de caminata entre tuneras y barrancos, hasta una cala de arena dorada que parece pertenecer a otro tiempo.
No hay quioscos, ni caminos, ni voces. Solo el mar que habla bajo y el susurro del viento entre las rocas. Es aquí donde el viajero entiende que la belleza, a menudo, solo se alcanza a pie.
Gran Canaria – El silencio de Güigüí
Desde Tenerife se llega a Gran Canaria, y en la costa occidental una leyenda susurra el nombre de Güigüí. Para llegar se necesita valor: un largo sendero atraviesa gargantas, pedregales y el sol implacable del sur. Pero al final, la recompensa es total.
Delante se abre una playa salvaje de arena negra y mar turquesa, rodeada de majestuosas montañas. Ningún ruido, solo el latido del océano. A veces, en días despejados, se vislumbra el Teide a lo lejos — como un espejismo suspendido sobre el agua.
Güigüí no es solo un lugar: es un rito de paso, una invitación a la lentitud y a lo esencial.
Lanzarote – La quietud de Caleta del Mero
El viaje continúa hacia el norte, a Lanzarote, la isla de fuego y viento. Entre las dunas blancas de Órzola, la pequeña Caleta del Mero es un refugio de luz y silencio. La arena blanca, el mar transparente y el aroma a sal crean una armonía perfecta.
Se llega fácilmente, pero pocos se quedan: aquí no hay nada salvo el sonido de las olas y la libertad de tumbarse al sol sin preocupaciones. Por la noche, quienes duermen en tienda pueden observar cielos estrellados tan claros que parecen irreales. Es un lugar para quienes buscan paz, inspiración, palabras para escribir en el viento.
Fuerteventura – El infinito de Cofete
Cuando el viaje llega a Fuerteventura, la isla cambia de voz. Todo aquí es espacio, vastedad, horizonte. La playa de Cofete, oculta tras las montañas de Jandía, tiene doce kilómetros de longitud: un desierto dorado que encuentra un océano poderoso.
Solo se puede llegar en un todoterreno o con paciencia, siguiendo un camino de tierra que serpentea entre colinas y silencios.
Frente al mar, el viento trae el eco de las leyendas de la Villa Winter, la enigmática casa que domina la bahía. Pero más que los misterios, lo que queda es la sensación de estar en los confines del mundo, donde la naturaleza dicta la ley y todo pensamiento superfluo desaparece.
La Palma y La Gomera – Las islas del alma
En La Palma, la “isla bonita”, el descenso hacia Playa de Nogales es un viaje dentro de la tierra. La arena negra brilla bajo el sol, el acantilado verde abraza la bahía, y el mar impetuoso recuerda la fuerza de los elementos. Aquí el silencio es sonoro, lleno de vida, e invita a respirar con calma.
Un poco más al oeste, La Gomera guarda Playa del Trigo, una perla escondida entre las montañas de Vallehermoso. Se llega solo caminando o en barco, y es precisamente esta dificultad la que la protege. Cuando se llega, se permanece en escucha: el ruido del mar parece una voz antigua que habla de libertad y soledad.
El Hierro y La Graciosa – En los confines del mundo
La última parte del viaje lleva a El Hierro, la isla más remota, donde la tierra se encuentra con el cielo en un abrazo rojo fuego. Playa del Verodal es una extensión de arena color óxido, encajada entre acantilados oscuros y olas poderosas. Aquí no se busca el baño perfecto, sino la sensación de ser parte de la naturaleza primitiva.
Finalmente, está La Graciosa, la isla sin asfalto, donde el tiempo tiene un ritmo diferente. En Las Conchas, una playa dorada con vistas a los islotes Montaña Clara y Alegranza, el viento acaricia la piel y el silencio es absoluto. Se llega a pie o en bicicleta, entre dunas y matas de sabina. Y cuando el sol se pone, el cielo se tiñe de oro y el océano refleja la quietud de quien aprendió a desacelerar.
El mar que enseña
Cada playa escondida de Canarias es una enseñanza: no se llega por casualidad, sino por elección. Hay que caminar, perderse, confiar en el viento y la luz.
En estos lugares remotos, la prisa se disuelve y queda solo la belleza desnuda de la naturaleza.
Escribir, meditar o simplemente escuchar el mar aquí no es un gesto turístico, sino un acto de presencia.
Las Canarias, vistas así, no son solo un archipiélago de islas: son un viaje interior. Una invitación a reencontrarse a uno mismo entre las olas y el silencio.