Fuerteventura: el Festival de Cometas transforma Corralejo en un laboratorio de creatividad 2025

Scritto il 17/11/2025
da Caterina Chiarelli

Acaba de concluir la 38.ª edición del Festival Internacional de Cometas de Fuerteventura, y una vez más, las playas de Corralejo han demostrado que existe una alternativa concreta al turismo de masas. Del 10 al 16 de noviembre pasado, las dunas del Parque Natural se transformaron en un laboratorio viviente de creatividad, comunidad y turismo lento, confirmando un modelo cultural que desde 1987 continúa evolucionando sin traicionar su propia esencia.

Un cielo lleno de historias (y de colores)

Durante una semana, el viento alisio de noviembre hizo danzar cientos de cometas procedentes de más de veinte países. Dragones gigantes, animales marinos, figuras geométricas imposibles: cada creación suspendida entre cielo y océano contaba una historia diferente, fruto del encuentro entre artesanía tradicional y experimentación contemporánea. Los profesionales del kite flying compartieron la arena con familias y curiosos, en una atmósfera informal donde la performance espectacular se mezclaba con los talleres para construir cometas y las improvisaciones musicales en la playa.

Como es tradición, el programa alternó vuelos espectaculares de creaciones artísticas, performances de cometas gigantes y actividades para familias y niños. El jueves, el evento especial se trasladó a la sugestiva playa de La Concha en El Cotillo, regalando a los visitantes un segundo escenario natural de rara belleza, con vistas al Islote de Lobos. El viento alisio, protagonista indiscutible de noviembre, hizo también esta edición imprevisible y espectacular, confirmando aquella tradición que hace de cada año una experiencia única.

La innovación de ralentizar: turismo lento como elección estratégica

En una época en la que muchos destinos turísticos persiguen los grandes números, Fuerteventura ha elegido un camino diferente. El festival se desarrolla estratégicamente fuera de temporada, en noviembre, cuando las temperaturas permanecen suaves y las multitudes se dispersan. Atrae un público específico: viajeros en busca de experiencias auténticas, familias que desean compartir tiempo de calidad, creativos y apasionados que persiguen el viento en lugar de los selfies.

Quienes han participado este año cuentan con un espíritu comunitario fuerte: padres e hijos ocupados en construir cometas en los talleres, música improvisada sobre la arena, largos paseos entre dunas y panoramas. Toda el área se presta perfectamente al turismo lento: explorable a pie, entre arena dorada y miradas que se pierden hacia el Islote de Lobos. Las performances estaban pensadas para valorizar la lentitud y el descubrimiento del territorio, desde la comida local hasta los encuentros auténticos con la población.

El festival se revela así como un catalizador de turismo slow, donde innovación y cultura local se entrelazan de modo espontáneo. La lentitud no es un límite, sino el ritmo natural de la experiencia.

De pasión de pocos a fenómeno internacional (sin perder el alma)

Nacido en 1987 de un pequeño grupo de apasionados, el festival es hoy una de las manifestaciones más icónicas de Canarias, símbolo de internacionalidad e intercambio creativo. El crecimiento ha sido orgánico, alimentado por la boca a boca entre apasionados de las cometas –los "kiteros"–, artistas y curiosos, transformándose de evento popular en laboratorio de creatividad colectiva y relanzamiento de la artesanía local.

Lo que ha impedido al festival resbalar en la comercialización excesiva ha sido la fidelidad a sus propios valores fundantes. La atmósfera es inclusiva e informal: cada cometa cuenta una historia y cada hilo pone en diálogo cielo y tierra. Ningún programa rígido, ninguna promesa de espectáculo perfecto. Solo la belleza de la improvisación compartida, donde el viento alisio manda y cada edición se vuelve irrepetible.

El valor oculto: economía creativa y cohesión social

Más allá del espectáculo visual, el festival genera valor en diferentes niveles. Ha creado una red internacional de artesanos y artistas que intercambian técnicas, materiales y visiones. Ha revitalizado la artesanía local, con talleres que producen cometas durante todo el año. Ha formado una generación de niños que crecen viendo la creatividad manual como algo vivo y concreto.

Pero quizás el impacto más profundo es el social. Durante una semana, residentes y visitantes comparten el mismo espacio sin barreras: las familias construyen juntas cometas, los comerciantes del pueblo se convierten en guías espontáneos, muchas performances valorizan los encuentros con la comunidad local. El festival funciona como cohesionador social, un momento en el que la identidad del territorio se fortalece a través del compartir. Mientras las últimas cometas se recogían el sábado 16 de noviembre, ya se hablaba de la próxima edición. Porque este festival ha demostrado tener la resiliencia necesaria para atravesar estaciones diferentes sin desnaturalizarse.

El cielo sobre Corralejo volverá a poblarse de colores en noviembre de 2026. Y continuará contando que otro turismo es posible: más lento, más creativo, más humano. Un turismo diferente, inspirador y sostenible que hace de Canarias protagonistas de un modelo inagotable. Basta tener el valor de dejar que sea el viento quien decida la dirección.