En el extremo occidental de Canarias, la isla de El Hierro surge áspera y solitaria en el Atlántico. Bajo su piel volcánica se esconde un mundo secreto: un entramado de cuevas, cavernas lávicas y recovecos que desde hace siglos acoge la vida humana y custodia sus misterios. Caminando sobre estas tierras negras de basalto, se percibe que bajo la superficie hay otra isla, hecha de silencios y penumbra, de frescura húmeda y memorias antiguas.
Cuevas habitadas y manantiales secretos
La lava enfriada formaba refugios acogedores: cuevas secas donde los Bimbaches, los primeros habitantes, encendían sus fuegos y dormían en lechos de paja y envueltos en pieles de animales. Estas cavernas naturales eran moradas sencillas pero seguras, con las paredes ennegrecidas por el humo de los hogares y el olor de tierra y ceniza impregnando el aire.
En esta isla desprovista de ríos, la supervivencia dependía del agua que la naturaleza podía ofrecer. Los Bimbaches descubrieron un manantial prodigioso en el corazón de un árbol sagrado llamado Garoé que condensaba la niebla marina y las lluvias horizontales entre sus frondas. El agua de lluvia recogida por las hojas caía en pozas naturales y excavadas, única fuente de agua dulce para la isla. El árbol, llamado Garoé, era custodiado entre las alturas y su posición era secreta, protegida por rocas y bosques de laureles. Era considerado un precioso don de los dioses, corazón verde y manantial de vida. En su anfiteatro natural de piedra en San Andrés crece un nuevo árbol de Garoé, con el tronco musgoso y las raíces en la tierra volcánica, testimonio del antiguo manantial oculto. Altas paredes de roca volcánica protegen este árbol sagrado, custodio de la memoria de una isla que recoge el agua de las nubes. En este lugar silencioso se puede imaginar el pueblo indígena agradecido por el milagro cotidiano de las hojas que destilan vida.
Oraciones en la penumbra de las cuevas
Las cuevas de El Hierro eran refugios, sustento y templos oscuros para los Bimbaches, lugares de rituales para dialogar con los espíritus de la naturaleza. En la Cueva del Agua, al este, grabaron petroglifos (círculos, espirales) cerca del goteo de agua, sacralizando el don. El canto de las gotas y los antiguos signos en lava eran su liturgia ancestral.
Durante el solsticio de invierno, un rayo solar iluminaba algunos petroglifos de la Cueva del Agua por un instante, dejando una espiral en la sombra, vista como el umbral de la morada secreta del espíritu del agua. Este encuentro entre luz y oscuridad, tierra y cielo, confirmaba a los antiguos que la naturaleza hablaba a sus espíritus.
En tiempos de sequía, todo el pueblo se reunía en cuevas sagradas, esperando una señal en la oscuridad. Un chamán entraba para invocar a los dioses, y aparecía Aranfaybo, un espíritu mensajero, semejante a un jabalí. Llevado al exterior, el pueblo asistía a la llegada de lluvias milagrosas, llamadas por las oraciones. La cueva se transformaba en un vientre de esperanza donde un espíritu mediador abría las puertas de las nubes, uniendo el mundo humano y el divino.
La memoria viva en el subsuelo
Recorrer los senderos de El Hierro con atención significa leer un libro de piedra escrito por los siglos. Bajo arbustos de euforbias y pinos canarios, asomándose a algún recoveco escondido, aún se pueden encontrar las huellas de aquel mundo subterráneo: antiguos muros ennegrecidos por el humo, guijarros dispuestos en círculo donde ardía el fuego, grabados rupestres que afloran apenas sobre la superficie de la roca. Nada está verdaderamente perdido bajo el polvo del tiempo. Los testimonios de los Bimbaches reaparecen por todas partes grabados en la piedra y en el corazón de los herreños de hoy. Cada cueva, cada refugio, custodia una historia y un alma: son páginas de memoria que la isla conserva en sus estratos más profundos.
Custodiar estas arquitecturas subterráneas: cavernas-templo, cuevas-casa, manantiales sagrados significa preservar la memoria viva de un pueblo y su vínculo espiritual con la tierra. El subsuelo es un archivo pulsante de vida y sabiduría, un tesoro frágil. En las cuevas de El Hierro resuenan oraciones y susurros ancestrales. Proteger estos lugares mantiene vivo el hilo entre presente y raíces antiguas, para que el alma oculta de la isla continúe existiendo. Bajo nuestros pies vive la memoria, invitándonos al respeto, a la escucha y a la maravilla por este secreto sagrado.

