El legado de los piratas y corsarios: cómo las Islas Canarias transformaron el miedo en cultura

Scritto il 28/11/2025
da Redacción

Amanecer del 25 de julio de 1797. Las vigías del Castillo de San Cristóbal en Tenerife avistan 37 naves inglesas. A bordo: el almirante Horatio Nelson. Objetivo: conquistar Santa Cruz.

No salió como previsto. Nelson perdió el brazo derecho, más de 400 hombres, y fue obligado a retirarse. Las fortificaciones canarias—construidas siglo tras siglo—habían funcionado. Aquellas murallas eran la memoria viva de un archipiélago que durante trescientos años había vivido con los ojos fijos en el mar, siempre en alerta.

Un archipiélago en el centro de las rutas de los piratas

Las Canarias fueron durante siglos la encrucijada entre Europa, África y las Américas. Quien las controlaba dominaba las rutas comerciales. Quien no lograba controlarlas, intentaba saquearlas.

Del siglo XVI al XVIII, cientos de ataques. Entre los más devastadores:

François Le Clerc ("Pata de Palo"), corsario francés: en 1553 destruyó Santa Cruz de La Palma, incendiando iglesias y viviendas. La ciudad tardó décadas en recuperarse.

Sir Francis Drake: en 1595 intentó conquistar Las Palmas de Gran Canaria. Fue rechazado, pero el ataque dejó una huella profunda.

Los corsarios berberiscos del Norte de África: incursiones regulares en Fuerteventura y Lanzarote. No buscaban solo oro: secuestraban personas para venderlas como esclavos en los mercados mediterráneos.

Torres y fortalezas: el Atlántico se convierte en una línea defensiva

La respuesta fue transformar el archipiélago en una red defensiva. Cada isla desarrolló su propio sistema de protección.

En Tenerife, el Castillo de San Cristóbal (hoy visitable en los subterráneos) tenía la artillería más potente del Atlántico. El Castillo Negro (San Juan Bautista), en piedra de lava, está aún perfectamente conservado.

Las torres comunicaban con fuegos: cuando una avistaba naves enemigas, encendía una señal replicada de torre en torre hasta alertar a toda la isla.

En Lanzarote y Fuerteventura, las más expuestas a los berberiscos, surgieron pequeñas torres de vigilancia y refugios subterráneos. Muchos pueblos costeros fueron abandonados: mejor el interior árido que el riesgo del secuestro.

Vivir bajo asedio

Los habitantes desarrollaron una cultura de la vigilancia. Turnos de guardia obligatorios. Campanas de alarma. Planes de fuga hacia cuevas en el interior.

En Fuerteventura se organizaban verdaderos simulacros de evacuación. Los niños crecían sabiendo exactamente dónde correr al oír el grito "¡Moros en la costa!"—expresión que en España indica aún hoy un peligro inminente.

Las celebraciones religiosas se intensificaron: los santos patronos eran invocados para la protección del mar. La Virgen de la Candelaria y La Virgen del Pino eran consideradas protectoras contra los invasores.

Un legado vivo

Hoy estas fortificaciones son visitables:

  • Castillo de San Cristóbal (Tenerife): subterráneos abiertos, entrada gratuita
  • Castillo de la Luz (Gran Canaria): centro expositivo, €3
  • Museo Naval (La Palma): documentos y restos de las batallas

Cada verano, recreaciones históricas. En Santa Cruz de La Palma, la Bajada de la Virgen incluye la representación del ataque de Le Clerc con cañones y batallas simuladas.

Las fortificaciones canarias no son ruinas turísticas. Son el símbolo de comunidades que eligieron resistir, que transformaron la vulnerabilidad en resiliencia.

Las Canarias no olvidan. Y quizás precisamente por eso saben aún mirar al mar sin miedo.